A veces
es mi corazón cuenco vacío
y olvido entonces
el canto de las aves;
me llenan de tristeza
los brazos extendidos de los árboles
como clamando al cielo
inconsolables.
A veces
el flujo de mi sangre
es frágil colibrí
con las alas rotas
y el pico trunco.
A veces
el mundo, para mí
es jardín derruido
irreparable
como mi pulso y mi cansado cuerpo
mar sin mareas
desconcertadas olas sin orilla.
Y a veces basta
el sonido de un gong
la sonrisa de un niño
de una niña
para volver a casa
y saber que no se pierde nada:
que se nutren los campos
con aquellos que han muerto;
que esta agua que bebo
ha bajado de nubes que ha nutrido
cada arrollo lago río océano;
que en cada flor hay restos
de toda vida previa;
que se pueblan los mares
y los bosques a diario
que desciende la luz desde la aurora
para llenar mi cuenco
de aromático bálsamo
que comparto alegre
con todo el que se acerque
con sed con hambre y frío.
Y entonces
vuelvo a extender mis alas
y elevo el vuelo.
Ya seré yo también
nutriente
para este mundo hambriento.
Y mientras tanto, canto mi canto.
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