Espacio de poesía y cuento (Obra en progreso)

lunes, 23 de enero de 2023

Zozobra

 Sofía deseaba llevar de vacaciones a su enferma madre, contra la oposición de sus hermanos. "Es irresponsable sacarla de casa en esas condiciones", dijo el mayor de ellos. "Debes darte cuenta que su cuerpo está demasiado cansado, para que la saques de la cama y la expongas sentada durante varias horas en el asiento trasero de tu carro", dijo la menor de la familia.

Y contra viento y marea, la llevó a la playa.
Claro está que, dado el amor que sentía por su progenitora, la sentó adelante en el sitio que ella ocupaba iba cuando salía con su marido. Colocó una dona y un cojín especial para que Andrea fuera cómoda. Su marido miró con cariño a su suegra, esa mujer de tacto suave que, seguramente, evitaría cualquier lamento a queja de su parte.
Al llegar a la playa, la bajaron tomándola por los brazos, con pasos cortos y deteniéndose en cuanto ella respiraba profundo. Le colocaron una silla reclinada lo suficiente para que pudiera ver el mar, mientras extendían una sombrilla que le protegiera del inclemente sol del mediodía. Las dos niñas y el niño, hijos del matrimonio dieron sendos besos a la abuela y, quitándose la ropa, se encaminaron a la espuma de las olas, en el traje de baño que se pusieron antes de emprender el viaje.
No se movía. Los ojos cerrados y la postura inmóvil hizo a Sofía acercarse a su madre y tocarla con suavidad. Nada, no respondió a la estímulos. Acercó su oído al pecho de Andrea. Nada. Puso su dedo bajo la nariz. Nada. Tembló. Llamó a su esposo con un gesto; él supo , sin mediar palabras, de lo que se trataba. Levantaron la silla entre los dos, con la madre arriba. Se cercioraron de que nadie viera, y colocaron el cuerpo en la cajuela, no sin antes revisarla de nuevo. Ahora estaba menos tibia, con algunas partes rígidas. Las manos iban enfriándose a grandes pasos.
Subieron a las crías rápidamente al asiento trasero, y se dirigieron a la ciudad, pensando cómo darían la noticia. Pero las niñas dijeron tener hambre y tuvieron que detenerse en una cocina grande, con letreros de alimentos por todos lados. Sofía tomó un café. Alfredo quiso un chocolate caliente, mientras las niñas y el niño desayunaban unas crepas. Todo fue tomado con la rapidez que requería la situación. Al salir, el coche no estaba. Unas personas les dijeron que vieron a dos hombres subir en él.
Alfredo llamó a una agencia; pronto les llevaron un vehículo. Sofía temblaba, el llanto contenido, pensando en la muerte de su madre y en la reacción de sus hermanos que tanto se negaron a que la llevara de vacaciones.
El viaje de regreso fue largo.