Espacio de poesía y cuento (Obra en progreso)

domingo, 19 de octubre de 2014

Padre

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"No quiso agarrar el azadón, la hoz. Dijo que tenía que prepararse pa' acabar con lo injusto, que quería que comiéramos bien. 'Es que está usté re flaco, padre. Vea nomás cómo mi amá está en puros huesos. No es que no quiera trabajar. Le prometo que cada vez que tenga vacaciones vengo a hacer todo lo que sea necesario. Entiéndame, por favor. No es flojera, apá; no es flojera. Deveras', me decía una y otra vez. Yo tratando de hacerlo entrar en razón”.

“Somos muy pobres. Él, tratando de convencerme. Vi tanto entusiasmo en sus ojos, tanta juerza en su voz, que doblé las manos. Salió de la secundaria casi con puro diez aunque nomás desayunaba tortillas que mi mujer hace en el comal. Les ponía sal siempre sonriente y se servía un pocillo con las hojas de guayabo recién hervidas. Cómo, pues, iba a negarme a dejarlo ir a seguir estudiando. No le creí. Sé de a ciencia cierta quel gobierno no cumple. Y cómo no, si desde que yo me acuerdo, a este pueblo sólo vienen en campaña bajando las perlas de la Virgen. Acabé aceptando aunque mi corazón y mi estómago se estrujaron".

"Tuve que levantar más temprano a los más chicos pa' que se jueran conmigo al cerro. Regresaban los chiquillos con unos elotes asados en la panza, unos tacos que mi esposa nos ponía casi siempre con frijoles, ya duros porque se los daba hasta que terminábamos de sembrar el último surco. Muchas veces mi vieja tenía que venir también a echarnos la mano, porque las aguas se acercaban y era necesario acabar a tiempo. Y ya ve. Ora ni sabemos si está vivo o muerto. No le quiero decir a su madre que pos ojalá su hijo no esté sufriendo, como si ella no lo pensara; que ojalá no lo estén torturando. Y no puedo dejar de pensar en toda esta gente que se siente igual que yo, que nosotros. Esos asesinos son bestias, bestias".

Y se partió en dos, como los árboles a los que les cae un rayo y casi los acaba. Cancino, combado, envejecido en unos cuantos minutos, emprendió el camino arrastrando la cartulina pegada en un palo, donde alguien le escribió algunas demandas. A mí me pareció que no era el mismo hombre que vi hace una semana aquí mismo. Aquél que caminaba con la fuerza que da la esperanza, como avanza el sol risueño creciendo el día.
Su andar, a unos días, era de cortejo fúnebre, sin alicientes, sin esperanza.

Me senté a la orilla de la banqueta, sin querer levantar los ojos para no toparme con los de tanta gente de miradas quemantes, y yo con las manos y la fe hueras.

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