"No
quiso agarrar el azadón, la hoz. Dijo que tenía que prepararse pa' acabar con
lo injusto, que quería que comiéramos bien. 'Es que está usté re flaco, padre.
Vea nomás cómo mi amá está en puros huesos. No es que no quiera trabajar. Le
prometo que cada vez que tenga vacaciones vengo a hacer todo lo que sea
necesario. Entiéndame, por favor. No es flojera, apá; no es flojera. Deveras',
me decía una y otra vez. Yo tratando de hacerlo entrar en razón”.
“Somos
muy pobres. Él, tratando de convencerme. Vi tanto entusiasmo en sus ojos, tanta
juerza en su voz, que doblé las manos. Salió de la secundaria casi con puro
diez aunque nomás desayunaba tortillas que mi mujer hace en el comal. Les ponía
sal siempre sonriente y se servía un pocillo con las hojas de guayabo recién
hervidas. Cómo, pues, iba a negarme a dejarlo ir a seguir estudiando. No le
creí. Sé de a ciencia cierta quel gobierno no cumple. Y cómo no, si desde que
yo me acuerdo, a este pueblo sólo vienen en campaña bajando las perlas de la
Virgen. Acabé aceptando aunque mi corazón y mi estómago se estrujaron".
"Tuve
que levantar más temprano a los más chicos pa' que se jueran conmigo al cerro.
Regresaban los chiquillos con unos elotes asados en la panza, unos tacos que mi
esposa nos ponía casi siempre con frijoles, ya duros porque se los daba hasta
que terminábamos de sembrar el último surco. Muchas veces mi vieja tenía que
venir también a echarnos la mano, porque las aguas se acercaban y era necesario
acabar a tiempo. Y ya ve. Ora ni sabemos si está vivo o muerto. No le quiero
decir a su madre que pos ojalá su hijo no esté sufriendo, como si ella no lo
pensara; que ojalá no lo estén torturando. Y no puedo dejar de pensar en toda
esta gente que se siente igual que yo, que nosotros. Esos asesinos son bestias,
bestias".
Y
se partió en dos, como los árboles a los que les cae un rayo y casi los acaba.
Cancino, combado, envejecido en unos cuantos minutos, emprendió el camino
arrastrando la cartulina pegada en un palo, donde alguien le escribió algunas
demandas. A mí me pareció que no era el mismo hombre que vi hace una semana
aquí mismo. Aquél que caminaba con la fuerza que da la esperanza, como avanza
el sol risueño creciendo el día.
Su
andar, a unos días, era de cortejo fúnebre, sin alicientes, sin esperanza.
Me
senté a la orilla de la banqueta, sin querer levantar los ojos para no toparme
con los de tanta gente de miradas quemantes, y yo con las manos y la fe hueras.
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