Su
rostro apacible no mostraba signos de dolor. "Me lo mataron. Era m'ijo, el
que pudo irse a estudiar. Yo me sentía muy orgullosa de él. Desde chiquito me
decía que cuando fuera grande iba a estudiar para que yo ya no tuviera que
fregarme tanto; para que dejara de lavar ropa ajena, de hacer tortillas a mano
para vender y darles de comer. Me lo arrebataron. Yo caí como hoja de árbol en
otoño y anduve así, a la deriva, con el llanto nublando mis días, ahogándome el
aliento. Ora todo se volvió a acomodar. Sigo trabajando igual, aunque cada día
los pesos rinden menos. Viera cómo me caló hondo el sufrimiento. Cuando me lo
trajeron, no pude ni siquiera abrazarlo. No parecía él con la cara tan hinchada
de tanto golpe".
No
me veía a los ojos. Parecía buscar algo en el campo abierto, en el firmamento.
Como si esperara una respuesta y pensara con cuidado cada palabra que decía. Yo
guardé silencio. No tenía nada que decirle. Mi corazón estaba hecho un nudo.
Ella hurgaba en su memoria habitada por pañales, niños hambrientos, risas,
papalotes, resorteras, caleidoscopios.
"El
dolor no es para siempre. El amor sí. Ora me asusta ver tanto odio, tanta
marcha donde la gente grita y se convierte en lo mismo que reclama. Como si
odiando les fueran a regresar a sus muchachos. Pero también hay señoras como
yo, rece y rece. Pidiendo no sólo por sus hijos, sino por los hijos de los
asesinos. Y es que aquí vivimos algo muy feo cuando un policía borracho mató a
un muchacho de acá. La familia de él se fue contra la del policía.
Golpearon a
los niños y a punto estuvieron de matar a su esposa, como si ellos tuvieran
algo qué ven en el asesinato. En los niños asustados, llorando y buscando
esconderse tras de su madre que sangraba por las pedradas que le aventaron, vi
a m'ijo. Vi cuánto sufrió por no encontrar mis brazos, mis manos que le
preparaban los burritos con sal. Corrí a defender a las criaturas, y más de una persona se me enojo. Qué culpa, pues, tenían ellos. Y los que atacaron al asesino
fueron capaces de golpear a unos niños indefensos. Quién es el malo. La maldad
no resuelve nada.
Mi
muchacho no volverá. Que Dios los perdone y no tengan que sufrir con sus hijos
lo que sufrí yo y ora sufren un montón de personas. Dios quiera y los
encuentren con vida. Al menos yo vi el cuerpo del mío, y eso le dio descanso a
mi alma".
Extendió
su reboso con las huesudas y largas manos, tocando cada borde, como
acariciándolo, como si con él fuera a prepararle la mortaja al hijo muerto.
Caminó por la calle de tierra y bardas de piedras, por entre los coyules, y se
integró a la tarde tibia, bajo un cielo gris, a punto de desatar una tormenta.
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