Espacio de poesía y cuento (Obra en progreso)

domingo, 7 de junio de 2015

Domingo Siete


Relato a partir de tradición oral de diversos puntos de América Latina:

En una ranchería vivían dos jorobados sin parentezco alguno entre ellos. Sus jorobas eran notorias pero, mientras uno era muy negativo -maldecía todo con cuanto se topaba, la vida incluida-, el otro era bastante afable y agradecía cada acontecimiento y cada encuentro.

El primero era tan radical, que maldecía la salida del sol porque le quemaba y ennegrecía la piel; la lluvia porque le mojaba la ropa y hacía lodo en el camino; al viento porque soplaba o porque no soplaba, mientras el otro daba gracias cuando salía el sol porque ayudaría a que sus elotes tomaran color; a la lluvia porque los nutriría, y al viento porque le tumbaba las plagas a las milpas.

En cierta ocasión, el campesino optimista se quedó trabajando en el campo y, sin que se percatara del tiempo, se le hizo tarde. Las sombras corrieron presurosas a posarse en cada milpa, cada árbol, cada rescoldo de los caminos. Al principio, él se asustó, pero pensó que de alguna manera lo resolvería para regresar con bien a su jacal. Mientras eso pensaba, una gran nube, con una luz al centro, comenzó a descender. Quedó prácticamente a la altura de su pecho. Queriendo ver de dónde procedía, amarró a su burro cuyas bolsas de abono estaban ya vacías, y de un salto, apoyándose en la propia nube que era bastante sólida, trepó en ella. la luz resultó provenir de una casa, desde cuya ventana salía la luz. Caminó hasta ella, y con mucho cuidado, buscando no ser inoportuno, se asomó.
La piel se le puso chinita, los vellos se le erizaron, se le atoró la respiración, y se le fueron las fuerzas: Dentro del cuarto, alrededor de un cazo que estaba sobre leños ardiendo, había brujas. Brujas altas y flacas; brujas gordas y chaparras; brujas peludas, brujas pelonas, brujas de todos colores, pero en cada una, invariablemente, los ojos eran rojos, llenos de maldad, y de sus largas y huesudas manos brotaban uñas larguísimas.

El campesino intentó retirarse, sin lograrlo. El cuerpo no le respondía. En ese momento las brujas, que echaban alimañas y porquerías al cazo de agua hirviendo, las sacaron con sus largas uñas y se las tragaban con placer. El campesino sintió que iba a vomitar, pero antes de que eso sucediera, las brujas se tomaron de la mano y formaron una rueda. Comenzaron a bailar mientras cantaban "Lunes y martes y miércoles tres". Lo repetían incansablemente con voz cascada y aguda. El campesino, además de sentirse mal del estómago, asustado y asqueado, comenzó a aburrirse. Sin que se lo propusiera, dijo en voz baja: "Jueves y viernes y sábado seis". Pero las brujas, que además de ser videntes, adivinas, tienen un oído muy fino, lo escucharon. Pararon el baile y voltearon al lugar de donde salía esa voz. El campesino, al percatarse de las miradas por él, se paralizó por el horror. Las brujas lo jalaron con su magia hasta el centro de la habitación, a un lado del cazo. Él temblaba sin lograr emitir sonido alguno. "Vamos a premiarte porque acabas de hacernos una canción muy bonita", dijo la más horrorosa de las brujas. Dicho esto, posó sus manos sobre la joroba del hombre, se la quitó sin problemas y la echó en el cazo. "Llenaremos de oro las bolsas de tu burro. Te viviremos agradecidas". Y con su misma magia lo montaron en el jumento y lo enviaron hasta su casa. Al otro día amaneció derechito y rico. Por supuesto, sin envidia, contó lo acontecido.

El otro campesino jorobado, envidioso, se encaminó al lugar referido. Era, además muy flojo, así que se hizo tonto todo el tiempo, con cinco burros llenos de bolsos vacíos. Espero el anochecer, la aparición de la nube, trepó por ella y, una vez que las brujas dijeron cantando y bailando "Lunes y martes y miércoles tres, jueves y viernes y sábado seis", dijo él al tiempo que se metía por la ventana "Y domingo siete. Quítenme la joroba y llenes las bolsas de mis burros con oro, para que me manden a mi casa". Las brujas, azoradas y con enojo, dijeron a coro: "Hiciste horrible nuestra canción". La más fea sacó del cazo la joroba del otro, se la pusieron encima de la suya, lo bajaron a patas, y le espantaron los burros. El hombre regresó a su rancho doblemente jorobado, magullado y sin burros; más pobre que nunca, y todo por salir con su "Domingo Siete".